viernes, 30 de noviembre de 2012

Datrebil. Esc 1: "Era una Noche Lluviosa"


Era una noche lluviosa, el agua golpeaba con fuerza los cristales de la habitación, grandes ráfagas de viento  movían las hojas de los arboles.  Era una noche muy oscura y tétrica. Solo los relámpagos iluminaban la inmensidad de aquel cielo amenazante y poderoso que cubría a toda la ciudad.
Tras los cristales de aquel lugar se podía adivinar una habitación grande. En la zona más alejada de la ventana una chimenea iluminaba y a la vez calentaba una pequeña parte de la habitación. Al fondo se podían distinguir unas grandes estanterías recubiertas por libros con aspecto antiquísimo, tantos como estrellas hay en el cielo. Junto  a la chimenea, se puede distinguir un gran sillón de orejas, de cuero granate con aspecto de caro, como todo lo que había en esa habitación. Sentado en el sillón se podía ver a un hombre  no demasiado viejo, posiblemente contara con 55 años. El sujeto allí sentado era de complexión fuerte con una musculatura bastante desarrollada, su cara siempre estaba iluminada por unos enormes y penetrantes ojos verdes que le concedían una mirada imponente y temible. El corte de pelo corto y sobrio hacia lucir el moreno de su pelo  de antaño a juego con el de su piel. Se adivinaba una barba de varias semanas recortada y cuidada, bajo ella una cicatriz de tiempos pasados y menos afortunados.
El hombre vestía una bata granate de terciopelo con unos pantalones de seda que se adivinaban tras la bata, lo que parecía algún tipo de ropa para dormir. En la mano derecha sujetaba una copa de coñac… de ese coñac que solo bebía en ocasiones especiales. Mientras agitaba la copa miraba el fuego de la chimenea con una leve sonrisa de satisfacción. Hoy era una ocasión especial.
De pronto, un sonido perturbó el silencio que llevaba envolviendo la habitación desde hace tiempo. Era el reloj. Un reloj muy viejo, seguramente de ébano negro. Una pieza exquisita de seguramente mucho valor, el reloj acababa de tocar las tres de la madrugada.
La lluvia seguía cayendo. Era una noche como hacía mucho que no se veía y aquellos cuatro soldados rasos se preguntaban por qué les había tocado a ellos. Como si no hubiera noches. La suerte estaba echada, aquellos dos desgraciados estaban abogados a morir, que fuese esta noche o mañana poco importaba, pero las órdenes de los superiores debían ser acatadas. Tras unos minutos de espera bajo la lluvia apareció tras la esquina el Sargento Fernández. Era un hombre recio y fondón, entrado en años con calva y un aspecto de superioridad desaliñada que no podía evitar mostrar una gran sonrisa ante el hecho que allí iba a suceder.  Junto a él aparecieron de escoltas otros dos soldados y  tras ellos, encadenados, dos sujetos con las cabezas tapadas con bolsas oscuras. Los dos sujetos fueron  apoyados junto a una pared llena de agujeros de balas donde otros tantos como ellos habían corrido su misma suerte.
- Javier García, Inés Esperanto, se os acusa de usurpación de bienes públicos,  conspiración, sedición y traición a la patria. Es por eso que el Tribunal Militar de Datrebil os condena a muerte, ¿tenéis una última petición?-dijo el Sargento Fernández de manera clara y contundente a pesad de la lluvia que estaba cayendo.
-¡Yo tengo una! ¿Por qué no se intercambia por mi?- dijo Javier García. El joven rebelde sabía que la hora le había llegado y no estaba dispuesto a darles la satisfacción a esos cerdos de suplicar.
-Desafiante hasta el final, ¿no?-respondió el Sargento
-Ya ve usted… -apuntó el joven
-Si ese es tu deseo…  -gritó el sargento- ¡¡Carguen!!
-¡No! ¡Espere!... Quiero una última cosa… - Javier García se tragó su orgullo -Quítenme la bolsa… Quiero verla por última vez -su amor por ella era más fuerte que sus ganas de bromear por última vez a aquellos militares.
-Está bien, eres un bastardo García… Pero te daré ese gusto de todas maneras en diez minutos no quedara nada mas que un trozo de carne muerta de ti… -El Sargento parece que se ablandó al principio, pero nada hacía olvidar su odio hacia tal personajillo- Soldado, ¡quítales la bolsa!-el soldado obedeció las ordenes de su superior.
El soldado dejó al descubierto los rostros de los dos condenados, Javier García aunque lucia un aspecto demacrado y flacucho había algo que no habían conseguido apagar, aquella mirada de ojos azules penetrantes le hacían inconfundible por mucha carga que tuviera soportar.  Tenía una barba de varios meses, desaliñada y sucia (señal del tiempo de internamiento en aquella cárcel de mala muerte donde había esperado su hora final) un pelo castaño corto y despeinado,  varias cicatrices en la cara completaban el rostro de aquel joven condenado a muerte.
A su lado, se distinguía una figura femenina un poco más baja que él, Inés Esperanto,  que a pesad de llevar varios meses en la cárcel no había perdido ni un ápice de su belleza. Sobre sus hombros se podía ver una larga melena morena que ella solía convertir en cola de caballo, (algo que cautivaba siempre la atención de Javier) mejillas rosadas, boca pequeña y unos ojos color miel completaban el rostro desconsolado de aquella joven que asistía impotente al día de su ejecución.
-Nunca pensé que esto acabara así… No creí que este fuese mi fin- dijo Inés con voz llorosa a su compañero.
-Inés, quiero pedirte perdón por haberte arrastrado a esto, yo solo quería tu felicidad- dijo Javier- Nuca habría hecho nada que te hubiera hecho daño…
-Lo sé Javier, nunca me has obligado a nada y esto no es culpa tuya. Si estoy aquí es porque te quiero y porque he hecho lo correcto- Inés paró de llorar y se acerco para besar a Javier.
-Bueno, es una escena muy emotiva pero aquí hemos venido a otra cosa- cortó el Sargento.
-¡¡Carguen!! ,¡¡Apunten!! ,¡¡Fuego!!!!- la orden del sargento se hizo efectiva.
Pero no adelantemos acontecimientos… Primero, pongámonos en situación…

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